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Maracanazo: crónica de un día que no terminó.

Hace 55 años, por estos días de julio, comenzaba a nacer una de las gestas más importantes del fútbol mundial.
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Hace 55 años, por estos días de julio, comenzaba a nacer una de las gestas más importantes del fútbol mundial. Que se recuerda con vigencia y fervor. Con dolor e incredulidad.
Los uruguayos, capitaneados por Obdulio «El Negro jefe» ante 200.000 almas le ganaban a Brasil, en el mismísimo Maracaná y obtenían, por entonces su segundo Campeonato Mundial. Dicen, quienes aseguran saberlo todo, que los brasileños diseñaron posters conmemorativos del mundial y entraron tan confiados a la grama que debajo de su tradicional camiseta llevaban otra en la que podría leerse «Campeones del Mundo».
Nunca nadie las vio. Los locales desaparecieron entre un silencio de sepulcro que nadie podrá olvidar.

El último relator sobreviviente, Don Duilio De Feo, rotulado desde entonces como el «Speaker de la victoria”, hace unos años rompió el silencio y, con una gravedad que casi no le permitía desplazarse, narró: A las 7 de la mañana del 16 de julio de 1950 le regalé el último suspiro al espejo.
Enseguida abandoné la habitación y el ascensor me condujo a la planta baja del hotel, donde se servía el desayuno. La ansiedad se presentaba hasta en los posillos.
Me apresuré a tomar el café y a devorarme un trozo de bizcochuelo. A las 8:30 con mi compañero Cesar L. Gallardo nos subimos a un taxi que media hora después circunvaló con penuria el Maracaná. Era increíble lo que estaba frente a mis ojos: una muchedumbre, que provenía como cataratas de todo el Brasil y que pernoctó y acampó en las cercanías del estadio.
Ya hacía cola para ingresar cuando el partido estaba programado para las 15:30: Las gradas estaban vacías. Y en la cancha una cuadrilla le daba los últimos toques al gramado. Enseguida nos ubicamos en el lugar asignado a CX 24 La Voz del Aire para realizar la transmisión. Comenzamos al mediodía.

A tres horas del partido la cancha se convirtió en el templo de la torcida brasileña, desgarraban alegría, magia, esplendor y confianza. La gente disfrutaba de antemano. El partido, aun sin haberse jugado, «ya estaba ganado». Cuando comenzó el encuentro, 200.000 personas lanzaban fuegos de artificios.
Llegó el gol de Brasil y la locura invadió al país. Miré a mi compañero y no se lo podía creer. Abajo once hombres de piernas fuertes y valientes desafiaron a todos: Obdulio Varela sacó la pelota del arco vencido y a los gritos arengó a sus compañeros: «Vamos, vamos, que los de afuera son de palos».
Llego el primero, uruguayo y Río de Janeiro pareció entrar en terapia intensiva… Primero el de Schiaffino era empate. Después el de Alcides Ghiggia que la clavó contra un palo y dejó sin asunto al brasileño Barbosa. Éramos Campeones del Mundo. Quedaban 23 minutos, ya casi no podía ver. Se nublaban los ojos.

Los minutos transcurrían cómplices de la tragedia. Recuerdo que por un instante me solidarice con la gente. Reparé en el sufrimiento del publico y me dije: «La pucha, parece que le hicimos un gran daño a toda una nación…» No hubo vuelta olímpica. A la cancha ingresaba mucha gente buscando una explicación. Miraban con estupor a los rostros de los que habían profanado el Maracaná. Daban lastima verlos a ellos.
Aun siendo uruguayo daba mucha tristeza. En los morros estaba toda la gente de las favelas pronta para bajar a la ciudad y festejar. Volvieron a sus casas como pudieron. Afuera del estadio una fila de 11 autos estaba esperando la consagración de Brasil, era el obsequio para los héroes, pero nunca llegaron.

Sin alfombra roja, casi a escondidas, apareció Obdulio Varela y Jules Rimet, presidente de la FIFA, le entregó la estatuilla, casi a escondidas, pues hasta parecía que aquel objeto, ese trofeo, le pesaba demasiado…” No hace mucho tiempo los posters vieron la luz. ¿Qué se habrán hecho de aquellas camisetas que decían «Campeones del Mundo…”? Igualmente parece material insuficiente, hasta hoy los propios brasileños se resisten a creer.

Dicen… que los celestes, en la última arenga, escucharon como símbolo, prenoción y meta las primera estrofas del himno uruguayo: “Orientales la patria o la tumba…”. Y fue la gloria tan ansiada. Casi impensada. La leyenda… La leyenda continúa… Pablo Rullier . Notas de Futbol.

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